jueves, 24 de noviembre de 2011

Yo quiero saber...

Quiero saber si lo que he vivido este tiempo ha servido para algo, o si he estado perdiendo el tiempo tontamente.
Quiero saber si he dado frutos con todo lo que he hecho, o si no ha servido para nada.
Quiero saber si he ayudado a alguien en algún momento u otro o, si por el contrario, me he pasado la vida dañándole. Si he llegado al corazón de las personas, si se acordarán de mí, más por bien que por mal, si dije alguna frase sabia que alguien pueda utilizar para dar una gran lección. Si sirvo para lo que hago y si lo que hago me sirve a mí, si tengo el corazón lo bastante grande como para que quepan todas las personas que quiero. Si he llorado con la intensidad suficiente para mostrar mi malestar, si he reído con la fuerza necesaria para hacer reír a los demás.
Quiero saber si he cogido la mano con fuerza de aquel que no quiero que se vaya nunca, o si se la agarré con tanta indiferencia que no pudo más que abandonarme. Si he derribado más muros de los que construído, si he soñado más que lo que he hecho realidad, si he vivido más días de lluvia que días soleados, si he perdido más de lo que he ganado.

Quiero saber si todo lo que quiero saber puedo aprenderlo o si, inconscientemente, ya lo sé.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Amuletos

- ¿Qué te pasa?
- El amuleto que me diste... ha perdido su poder.
- ¿En serio? ¿Qué ha pasado?
- No lo sé, funcionaba perfectamente y, de repente, ahora todo va mal.
- Eso es porque lo has agotado.
- ¿Qué quieres decir? ¿Que ha sido culpa mía? Se supone que un amuleto dura para siempre...
- No digo que sea culpa tuya; de hecho, no es culpa de nadie. Simplemente no has sabido interpretar sus poderes, si es que se les puede llamar así.
- ¿A qué te refieres?
- Pues a que, en realidad, ese amuleto no servía para nada. Pero tu creíste en él porque te dije que te daría suerte y apostaste más por el objeto que por ti. Creías que las cosas te iban bien porque el amuleto estaba contigo y no porque tú fueras capaz, sola, de conseguir que todo fuese bien. Pero en realidad todo el mérito era tuyo y, cuando quisiste colaborar con el amuleto y poner de tu parte, aunque tú ya lo estabas haciendo todo, entonces metiste la pata, porque fuiste consciente de que estabas participando.
- ¿Y porqué me van tan mal las cosas ahora?
- Pues porque quieres culpar a alguien y has encontrado en ti misma a la presa perfecta.
- Eso no es cierto, yo no me culpo de nada...
- Está bien.
- Pero... ¿y entonces? ¿qué hago?
- No lo sé. Búscate otro amuleto si quieres seguir fantaseando. O, al menos, piensa que el que ya tienes se ha vuelto a recargar.
- Pero ahora sé que eso no funciona. No me convenceré de que vuelve a tener poderes y que todo me irá bien.
- Tampoco te convencerás de que todo el mérito es tuyo. A estas alturas, ¿qué más te da engañarte un poco más?

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Palabras

Hace mucho tiempo, en mi desesperado intento por saber quién o qué soy, quise oir cómo era yo para alguien. No para alguien en concreto. No. Para personas al azar; para personas que tuvieron la suerte o la desgracia de toparse, frente a frente, con mi pregunta.
Fue en ese tiempo cuando, después de un análisis de cada palabra dirigida a mí, me di cuenta que hay personas que nacen o, en ocasiones, se elaboran un "algo" un "que" especial, que los hace diferentes y atrayentes a los demás. Descubrí que yo, por lo visto, no lo tenía. Además me di cuenta de que para la mayoría de personas que me contestaron, yo era siempre de la misma calidad. Todos, o casi todos, usaron los mismos tres adjetivos que más tarde, pasé a denominar "adjetivos comodín". Simpática, divertida e inteligente.

Podría haber creído que eran de verdad. Pero no fue así.
Después de muchos años escuchando lo mismo, hoy, en un arranque de "optimismo" por querer empezar a creermelos, voy a analizarlos. Sí.

Simpática. Mi punto de vista dice que una persona demuestra ser simpática cuando tiene un trato agradable, cordial o familiar con los demás. Cuando sabe decir las cosas sin herir y, si por desgracia lo hace, sabe pedir perdón con sinceridad.
Es un error intentar agradar siempre a todo el mundo, algo de lo que peco, lo reconozco. Pero tal vez no sea tan malo, pues eso supone un esfuerzo por mi parte, que me lleva a querer que todo mi alrededor se sienta bien. No es que anteponga a los demás antes que a mí, creo, pero sí es verdad que intento darles lo mejor de mí o lo mejor en general y eso, sintiéndolo mucho, nace de dentro. Eso me lleva a pensar que, quizá, tenga buen corazón.

Divertida. Reír y hacer reír es lo que creo tiene la diversión. Ya sea porque se rían conmigo o de mí, eso muchas veces lo consigo. Eso me indica que, aunque me importa mucho lo que la gente piense de mí, estoy acostumbrada a no ser perfecta, por suerte, y tal vez me quede poco para perder el sentido del ridículo. Lo que me acerca a la idea de que, en ocasiones puedo dar mi opinión y considerarla buena sólo por ser la mía.

Inteligente. No es un indicativo el tener una carrera, pero sí lo son las pocas cosas que, a lo largo de la vida, le dan a una experiencia. No es que sean muchas esas cosas, pero a pesar de mi constante miedo a los cambios he emprendido proyectos nuevos, de un tiempo a esta parte. Será, entonces, que soy algo valiente. Y si esas cosas, de momento, me salen un poco bien, será porque, a lo mejor, soy algo buena en ello.

¿Será? Tal vez. Igual no es tan malo un "adjetivo comodín". Igual de uno de ellos se desprenda alguno más.

Hoy sólo ha sido un arrebato. Normalmente no suelo pensar así. Pero el día que no lo haga, seguramente dentro de un rato, que alguien me haga volver aquí.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La partida

Desde el primer momento la vida, caprichosa, decidió empezar un juego conmigo. Entre partida y partida, a veces, me regalaba pequeños detalles, en especial cuando yo ganaba. Entre derrota y derrota yo siempre le pedía tiempo para poder descansar, a veces para coger fuerzas para la siguiente partida. Pero poco a poco, cuando las derrotas superaron las victorias, empecé a perder las ganas de jugar. Cansada de perder casi todas las partidas, estuve a punto de abandonar el juego.
Pero en el momento preciso alguien, seguramente más hábil que yo jugando, me dijo algo que intentaré no olvidar:

"No vale la pena rendirse ahora. Piensa que, al fin total del juego ella perderá la partida y nunca más podrá volver a jugar contigo. Retirarse ahora, sólo lo hacen los cobardes. Ella no está siendo cruel contigo, ni siquiera le gusta verte perder. Simplemente está jugando, se toma las normas con filosofía porque sabe que al final, va a perder ella. Quiere entrenarte para que sepas disfrutar de las victorias igual que de las derrotas, porque unas no existen sin las otras; porque para valorar bien las partidas ganadas hay que haber perdido algunas, sino todo sería un simple juego sin ningún tipo de interés.
Ve y sigue jugando con ella. Tómatelo, a partir de ahora, más en serio. Si ganas sabes que puedes seguir tirando los dados y las partidas siguientes serán mucho más sencillas. Si pierdes, la derrota debe servirte para planificar mejor tu próximo juego.

Buena suerte aunque, si no te rindes antes (que no debes hacerlo), sabes que la victoria es tuya."

sábado, 5 de noviembre de 2011

...

Sólo quería tu mano sobre mi mano, tus ojos mirándome y tus labios diciéndome cosas que no me hacía falta entender.
Sólo buscaba la sonrisa que sale de tu música, el sonido que captan tus oidos para comprender el mundo a tu manera.
Sólo quería escuchar los sonidos que hacían tus manos, debajo de la manta, buscándome.

Sólo quería tener lo que me dabas, porque era la mejor manera, porque con eso me bastaba. Porque sabías cómo y cuando hacerme sentir mejor.

Y ¿qué me queda ahora? Si las palabras han cambiado, también sus significados. Las miradas no son las mismas. Ni siquiera nuestras manos.

Hoy estoy perdida. Mañana quiero volver a ser yo misma. Que todo vuelva a ser como antes. Que me sienta diferente a todos los demás. Que me hables con la mirada, que me escuches, sin más.
Yo haré todo lo que pueda. Sólo si tu me dejas.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Entre cartones....

Se levantó una mañana e hizo todo lo que se hace un día normal. Se bañó, desayunó y se fue a trabajar. Fue un día como los de siempre. Volvió a su casa, por la tarde, y se fue a dormir. 
Hizo esto toda la semana. 


Cuando llegó el sábado reunió a todos sus amigos, se sentó delante de ellos y empezó a analizar:


"Llevo toda la semana haciendo algo rutinario. Me levanto, me baño, desayuno y me voy a trabajar. Esto no sería extraño si no fuera porque no tengo cama, ni lugar donde bañarme, nada que comer y, mucho menos, un lugar de trabajo. Y daría, hoy, prácticamente mi vida, por poder hacer alguna de todas esas cosas. 
Duermo en un banco, entre cartones, con el sueño entrecortado para asegurarme que mañana voy a despertar. El único agua que toca mi cuerpo lo hace cuando llueve o cuando puedo mojarme en la fuente del parque. Como de lo que encuentro o de lo que alguna buena gente me da. No tengo trabajo porque nadie me lo quiere dar. Nadie se fía de mi aspecto. Si me siento en una puerta, esperando unas monedas, la policía no tarda en llegar. Doy mala imagen. Pero nunca aparece cuando, alguna noche de verano, los jóvenes borrachos me vienen a pegar... Para los demás yo soy el peligro. 
Aún así, en cada una de las casas que alcanza mi vista, hay alguien que aún se queja. Su vida les parece aburrida, creen que cobran poco y descansan menos porque les molesta el ruido de la vecindad. Yo ni siquiera recuerdo que es eso. 


Todos tenemos fracasos. Miradme a mí. Miraos, también. Pero cuando vienen las victorias, los éxitos, las alegrías... disfrutamos sólo un momento. El camino más fácil es sentirse perdido, es la excusa más barata que nadie nos podrá reprochar. 


Sí, sé que hablar es muy sencillo. Sé que yo alguna vez también me sentí mal. Pero lo di todo por perdido antes de empezar a jugar. 
Pero sé que este, mi castigo, me está enseñando la verdad. Sé que he aprendido cuál es la mejor manera de vivir. No es pedirle mucho a la vida, sino darle a ella lo mejor de ti."

Ya no quedan...

Ya no quedan hombros donde llorar. Las luces de la calle se apagan a tu paso.
Miras al cielo y ves las estrellas. Otra vez te sientes pequeña.


Si hoy te volvieran a preguntar qué tienes de bueno, aún no sabrías que contestar. 


Ya no quedan hadas que con su varita te concedan el deseo. No hay piedra suficientemente grande que te ayude a esconderte. No quieres que nadie te vea.


Si hoy te volvieran a preguntar que te ha salido bien, seguirías sin tener respuesta.


Ya no quedan manos que te sequen las lágrimas. Y mientras tanto tu te reprimes, casi hasta explotar. Buscas una salida, una puerta de atrás.


Si hoy te volvieran a preguntar que te ocurre, no sabrías cómo explicar.


Ya no queda aire que respirar. Te vas ahogando, lentamente, hasta que no puedes más. Quieres, pero no puedes, hacer de todo y más.


Si hoy te volvieran a preguntar como te encuentras, desviarías la mirada, por no tener que engañar.